El Estado, entre la represión y el totalitarismo
El “estado capitalista” sigue siendo ante todo “Estado”, es decir, aparato de coerción, de coacción, de represión y fuente máxima de legitimidad de la desigualdad socialmente existente. Aunque son muchas las voces de la izquierda que hablan de la lobotomización del Estado por el mercado, y la conversión de aquél en un agente más de éste, no deja de ser una interpretación nostálgica de una visión supuestamente “neutralista” del Estado, como si esa cosa que llamamos “Estado” fuese un contenedor que pudiera llenarse de cualquier cosa. Pero la realidad nos señala que nunca, ni tampoco ahora, ha sido así. El Estado obviamente muta, cambia, se modifica y adapta al contexto social, económico y cultural que el propio estado (más propiamente: sus relaciones y correlaciones de poder) contribuyen a modelar. Ya no vivimos propiamente en estados-nación omnímodos y soberanos, sino más bien en un estado-gobernanza supranacional, omnímodo y soberano, en el que los antiguos estado-nación mantienen algunas de sus atribuciones delegadas. Entre otras, en el caso europeo, además de mantener la ficción de la democracia representativa, de hacer ingeniería financiera para garantizar algunos derechos y servicios públicos cada vez más escuetos y recortados, está la más propia tarea de todo estado que ha sido y será: parapeto y paraguas de los poderosos, de los expropiadores, de los detentadores del capital contra cualquier respuesta o resistencia social que pueda cuestionar el sistema en su conjunto.